Daniel Canogar, como artista, considera que su trabajo está en prestar atención al momento. Aunque reconoce que vivimos en un mundo que no lo hace fácil. Influenciado por sus primeros pasos como fotógrafo, hoy explora la modernidad digital desde un enfoque audiovisual que supera la proyección en espacios bidimensionales.
Por Equipo Citā Diciembre 02, 2020
Ver FichaUn día, en Nueva York, Daniel recibió una oferta irrechazable. Le habían recomendado para gestionar un espacio que «la mejor galería de artes de Nueva York y la mejor galería de arte de Italia» estaban instalando en el SoHo. La invitación era suculenta, tendría la oportunidad de conocer a todo el mundo del arte, a la «crème de la crème». Pero el mundo del arte le conocería a él como gestor, no como artista. La repuesta fue un no. Ese fue el día que entendió que no habría marcha atrás en su carrera por convertirse en un artista reconocido.
Artista visual contemporáneo, nacido en Madrid, hijo de artistas plásticos, ha realizado su carrera profesional entre España y Estados Unidos. Comenzó con la fotografía, atraído por la liturgia del revelado fotográfico en el laboratorio de su padre, ya desde los catorce años. Después de pasar por Audiovisuales en la Universidad Complutense y una beca de estudios que le llevaría a Nueva York, su trabajo empezó a dirigirse hacia la exploración de la imagen en movimiento y el uso de elementos expositivos no convencionales. Sin embargo, y a pesar de los años, su trabajo sigue conformándose a partir del estudio de la luz y la oscuridad.
Siendo hijo de artistas, se podría pensar que sería fácil encontrar aprobación. ¿Cuáles fueron tus primeros apoyos?
Una amiga de mis padres que era fotógrafa. Me pasó muchos libros y me animó muchísimo. Me hizo sentir muy apoyado. Ella era amiga de mis padres, pero con la edad, fuimos desarrollando una buena amistad y todavía seguimos en contacto. Ahí se creó un vínculo. Mi padre, menos. Estaba muy ocupado con su trabajo y sus exposiciones, y bueno, tenía cuatro hijos y yo al final era uno de ellos. Nunca me desanimó, pero estaba en su mundo. Quizá mi madre, que era pintora, fue la que más me apoyó a una edad más joven, cuando hice mi primera serie de fotografías, ya con la intencionalidad de exponerse y venderse. Me acuerdo de un momento muy concreto en el que me dijo «hijo, yo creo que tú tienes lo que hay que tener para meterse en este mundo». He tenido mucha suerte. Sin esos apoyos, sin esas personas que te van echando una mano por el camino, hubiese sido muy difícil llegar donde he llegado. Al final los creadores somos muy inseguros, y a esa edad, extremadamente frágiles.
Sobre tu trabajo, ¿hay algún elemento que reconozcas que te hace singular desde entonces?
No intento hacer una obra singular. Intento hacer una obra desde lo que me interesa. Sí creo que, mientras los artistas más buscamos trabajar sobre lo que nos interesa, más singular termina siendo lo que hacemos. Con todas tus excentricidades y con todas tus particularidades.
Si hay una serie de cosas que me interesan aportar como creador. Cosas que, de alguna manera, estaban ahí desde el principio. Es una paradoja: la tridimensionalidad de la imagen. Ya sea desde la imagen fotográfica en mis inicios, ya sea ahora desde lo digital, que también socialmente se consume desde el plano bidimensional. Gran parte de los proyectos que se han hecho digitales se suelen ver en plano. Siempre he tenido la necesidad de sacar el mundo de la imagen a nuestra realidad. Reventar el marco de la representación. Reventé el marco fotográfico haciendo exposiciones con proyecciones y ahora sigo reventando el marco de la pantalla trabajando con pantallas escultóricas. Es muy rico para mí pensar en una imagen que tiene una dimensión escultórica que invita al visitante a explorarla desde distintos ángulos.
Por ejemplo, ahora me está interesando mucho el tema del data, un mundo intangible, que sentimos como una especie de omnipresencia que nos aturde, que nos vigila. Necesito darle forma, hacerlo más tangible. Necesito tener una relación muy física con el mundo del data, que se salga de esta pantalla plana. Yo estoy convencido de que somos criaturas de lo físico. No es solo un juego escultórico, sino que transciende la capacidad que tiene lo digital de llegar de otra forma, más intensa y compleja, al ser humano.
De tus últimos proyectos, ¿cuáles crees que han podido ser más significativos para ti?
Fue esquizofrénico dos proyectos recientes que he tenido: el del Museo del Prado, por un lado, y el del Corte Inglés, por otro. De lo más elitista en el arte, a lo más comercial. Los dos proyectos son públicos, trabajados en la calle, con la gente de la calle, lo que me encanta hacer. Tengo cierto hastío hacia el elitismo del mundo del arte. Ya he visto lo que hay ahí. Hay ambición, hay dinero, hay envidia. Lo que hay en todo lado, totalmente humano. Me da mucha rabia.
Otro descubrimiento reciente tiene que ver con mi estudio de Los Ángeles que en este momento se encuentra abandonado. Los Ángeles es una ciudad muy diferente a Nueva York y a Europa. Muy diferente a esta idea de la galería y del coleccionista que compra tu obra. Claro, hay galerías y buenos museos, pero también hay muchas colaboraciones de empresas con artistas. Y no hablamos de cualquier tipo de empresa, sino de Netflix, Facebook, Google, etcétera. Por ejemplo, estaba empezando a tener reuniones con Billboard Chart. Con ellos se está pensando en una obra de arte que tenga que ver con sonidos y data en tiempo real. Para mí se está abriendo un mundo increíble, de colaboración con empresas, no para hacer anuncios, sino para hacer obras de arte que tiene que ver con el ADN de esa empresa.
¿Con quién colaborarías fuera del mundo del arte?
La semana pasada tuve una reunión por Skype con el departamento de neurobiología de la Universidad de Oviedo, con el que estamos colaborando para hacer un proyecto artístico. Ahí me encuentro que me están explicando cómo funciona realmente un cerebro, ahora tengo que pensar qué hacer como obra de arte que pueda asumir la complejidad de la investigación que están haciendo. Es un lujo poder trabajar con científicos.
También habíamos empezado a reunirnos antes de la pandemia, con Netflix. Tengo una obra que se llama Sikka Ingentium, que he realizado con 2400 películas en formato dvd. Para mi esa obra existe porque Netflix ocurrió. En lugar de tirar los dvds a la basura, yo los recopilé. Me interesa evolucionar esta idea con el instigador de ese proyecto. Este tipo de empresas, muchas veces, están excesivamente llevadas por ingenieros. Es por eso que están muy interesados en ese diálogo con lo creativo y lo artístico. La gente que lleva estas empresas está muy necesitadas de entender el impacto cultural que han tenido. Ese diálogo con el mundo del arte ayudar a humanizar estas marcas.
En tu estudio trabajas con bastantes personas. ¿Cómo es el proceso de trabajar como artista con otras personas?
Son muy interesantes las conversaciones que surgen en el estudio. Tenemos desacuerdos. Yo he dejado de hablar en términos individuales. De hecho, en la web ya se habla del Estudio Daniel Canogar. Es una simbiosis. Lo veo muy relacionado con el mundo de la arquitectura. Muchos proyectos de arte pública requieren de una gestión arquitectónica e ingeniería estructural que a mí se me escapa.
Para mí ha sido una evolución progresiva, no inmediata. En los últimos diez años ha ido creciendo el estudio según las necesidades de los trabajos que me iban cayendo a la mesa. Es un equipo polifacético, donde confluye lo científico con lo artístico de una forma bastante armoniosa y natural. Debemos desmitificar esa idea del artista encerrado en su estudio, con ese mito del artista dialogando con lo divino y lo humano. La profesión del arte es una profesión. Hay quienes dicen que debe ser algo vocacional, que lo económico lo pervierte. Yo reivindico la profesión del arte como una carrera de la que se debe y se puede vivir.
«Se está abriendo un mundo increíble, de colaboración con empresas, no para hacer anuncios, sino para hacer obras de arte que tiene que ver con el ADN de esa empresa.»
Después de muchos años en Nueva York, vuelves a Madrid y estableces aquí tu estudio principal. ¿Cómo se relaciona esto con la identidad de tu trabajo artístico?
Cuando hablo de territorio, hablo específicamente de Madrid. Para mí, como artista, fue una decisión no obvia tomar esta ciudad como lugar para organizar este estudio. No es obvio porque no es fácil, porque no existe la infraestructura ni de encargos ni de proyectos que pueda haber en otras grandes ciudades. Pero aquí es donde nací y tenía el reto personal de que esto funcionara, como una visión global, pero enraizada en Madrid.
A mí la ciudad me ha tratado muy bien. Yo entiendo sus limitaciones. Pero reivindico que mi estudio, su central ideológica, sus raíces, están en esta ciudad y en este país. Hay una cierta forma de crear que es muy propia de cómo se trabaja en este país. Hay algunas cosas de las que me aprovecho mucho, de cosas que me ofrece este país a nivel de producción artística. Por ejemplo, España tiene una capacidad de producción de una calidad muy alta a un precio muy razonable. España tiene una enorme capacidad de improvisación, somos capaces de darle la vuelta a situaciones y crear genialidades. Pero a nivel económico no puedo sobrevivir de lo que me ofrece este país. Tengo que estar siempre viajando. En cualquier caso, hay una forma mía que tengo de crear, mis intereses que tienen que ver, por ejemplo, con la luz y la oscuridad, y una cierta influencia de nuestra riqueza histórica, pictórica y arquitectónica, que está muy presente en mi obra, transformadas, camufladas, arropadas por nuevos lenguajes.